No sé cómo vivir, estoy improvisando...

No sé cómo vivir, estoy improvisando...

Después de 48 años de respirar, y de muchos errores, he aprendido que la vida no consiste en dominar las variables que se nos presentan, sino en tener la flexibilidad suficiente para afrontar los cambios que nos llegarán, aceptando que no tenemos el control sobre todo, es más, que prácticamente sólo tenemos dominio sobre cómo vamos a responder ante lo que sucede.


Hace poco me encontré con esta frase en la pared de una calle: "Yo tampoco sé cómo vivir, estoy improvisando". La realidad es que todos, estemos conscientes de ello o no, vivimos inventando cómo actuar, o mejor dicho, improvisando como afrontar cada día.

Hay momentos en que pensamos que tenemos todo bajo control, ingenuamente creemos que hemos dominado nuestra existencia cuando, de pronto, aparece algo de lo siguiente: un accidente; nos despiden de nuestro empleo; iniciamos un negocio; enfermedades seniles de nuestros padres; una gran oportunidad profesional; terminamos una relación importante; conocemos a alguien maravilloso; adquirimos una deuda; perdemos a un ser querido; nos casamos; tenemos un hijo; nos diagnostican una enfermedad crónica; los hijos se van, o regresan; etcétera. Las variables son demasiadas y sus consecuencias aún más.


Cuando queremos que nada cambie, que las situaciones y las personas se comporten con base en el libreto que hemos escrito para ellas, estamos apostando a perder. Un objeto se parte con mayor facilidad entre más rígido sea. La flexibilidad es la clave para no quebrase ante las presiones. A esta habilidad de afrontar retos y sobrevivirlos se le denomina resiliencia (capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas, según la Real Academia Española). Definitivamente es una palabra sofisticada que necesitamos incluir en nuestro vocabulario y principalmente en nuestras acciones. Sin embargo me es más cómodo que me digan que soy flexible, que resiliente, pues éste adjetivo me parece demasiado frío y hasta suena más como ofensa que como virtud: ¡Rafael, eres un resiliente! (dan ganas de responder: "eso lo serás tú" ¿verdad?).

El punto es que, si requerimos improvisar con más posibilidades de éxito, sugiero que trabajemos en nuestra flexibilidad; que aceptemos que la existencia es más parecida a un camino en las montañas, con todas las sorpresas que esto puede traer, que a una autopista recta de cuatro carriles (aunque debo admitir que algunas autopistas de nuestros benditos países latinoaméricanos tienen tan poco mantenimiento, o pésima calidad, que también son toda una aventura).


Una herramienta para manejar mejor las espontaneidades del recorrido es hacernos las preguntas correctas ante las situaciones retadoras que aparezcan. Si de pronto se nos presenta una adversidad en medio del camino, la peor pregunta que podemos hacernos es: "¿por qué a mí?" Este cuestionamiento nos lleva a tomar actitud de víctimas, a buscar a quien culpar por nuestro infortunio y lo peor de todo, jamás encontraremos una respuesta satisfactoria. Cuando nos enfocamos en tomar el rol de damnificados nuestras posibilidades de acción desaparecen, ya que al creer que nuestra desgracia se debe a la maldad o equivocaciones de alguien más (incluidos Dios y la naturaleza), la única solución que tenemos es esperar que nuestro victimario o las circunstancias cambien repentinamente a nuestro favor.
Vivir así es continuar creyendo que somos una especie de bella durmiente que algún día será rescatada por el bravío, cortés, desinteresado y enamorado príncipe azul.


La pregunta que debemos hacernos ante circunstancias adversas o cambios repentinos a nuestra rutina es: "¿qué puedo hacer? De hecho hay otros dos cuestionamientos que conviene hacernos: "¿qué otra cosa puedo hacer?" y "¿qué más puedo hacer?" A lo que me refiero es que jamás debemos conformarnos con nuestra primera respuesta; existen más alternativas. Si la vida se trata de improvisar, entonces generemos tantas opciones como podamos antes de actuar.


Vivir improvisando, o mejor dicho, descubriendo el camino, no es una maldición, simplemente es parte de la vida; de hecho podemos percibir esta realidad de una forma totalmente diferente e incluso alentadora: cada día es una aventura que nos abre nuevas posibilidades y experiencias; somos personas en proceso de formación y este curso concluye hasta la muerte.


Seamos flexibles y disfrutemos a nuestras anchas los detalles bellos que también aparecen en nuestro recorrido: el olor del café por la mañana; la charla de sobremesa con amigos y seres queridos; el momento en que recibimos una compensación económica por nuestro trabajo; las nubes que nos dan sombra en un día caluroso; la compañía de los seres queridos; la llamada inesperada de un buen amigo; el apretón de uno de nuestros dedos cuando lo colocamos en la palma de la mano de un bebé; la brisa fresca de otoño y tantas más.


Si me preguntan la clave para ser feliz mi respuesta más acertada es: "yo tampoco sé cómo vivir, estoy improvisando".