3 claves de liderazgo que aprendí escalando montañas

3 claves de liderazgo que aprendí escalando montañas

No existen los problemas, sólo existen las perspectivas. Cuando escalas hacia una cima constantemente te encuentras con piedras, ramas, desniveles, que se interponen en el camino. Algunos de estos “eventos” realmente desafían el paso y tu estado físico, y por supuesto, son cosas que no puedes prever, no aparecen en ningún mapa…

Podríamos caer en la facilidad de decir que representan un problema. Pero cuando comienzas a tener un poquito de práctica en escalar montañas, te das cuenta que son justamente esas piedras del camino las que te brindan un punto de apoyo para continuar subiendo, las ramas caídas las que te dan un sostén para impulsarte, los desniveles los que hacen más entretenida la marcha.

En mi último ascenso, que resultó ser un camino de lo más empedrado, reflexionaba justamente sobre esto: las piedras son piedras, el que yo haga de ellas un problema o una oportunidad, tiene sólo que ver con mi perspectiva. Todo el tiempo nuestro entorno nos presenta imprevistos y desafíos, y la perspectiva que elijamos para abordarlos hará toda la diferencia. Estrés, conflictos, desmotivación son consecuencias de la perspectiva con la que abordamos las situaciones, no de las situaciones en sí. No hay imposibles, sólo hay desafíos que requieren de mayor entrenamiento.

Altitud Todo cambia cuando tienes la oportunidad de contemplar las cosas con perspectiva. Creo que por eso subo montañas: me permite ver las cosas de siempre desde otro ángulo. Mirar desde lo alto me recuerda qué es importante y qué no, así como me permite observar que, sin importar qué tan ruidoso y agitado esté “ahí abajo”, en la altura siempre hay silencio y paz.

Cuando algo no puede resolverse lo que falta no es una solución sino mayor perspectiva. Distanciarse, elevarse por sobre aquello con lo que estamos lidiando, permite brindar a cada cosa su peso justo en vez de cargar con significado, apegos y emociones los hechos neutrales.

Cuando perdemos altitud, nos involucramos tanto con las situaciones que acabamos reaccionando constantemente ante ellas y no siempre, de la forma más efectiva. La agitación, el ruido, la intranquilidad del lugar, se transforman en paz con tan solo escalar a la altura. Igual sucede cuando desarrollamos la capacidad de elevarnos por sobre las situaciones. Cuando somos capaces de mirar con una visión global, más centrada en el propósito que en los pormenores del trayecto.

Disfrutar la travesía
Es tan fuerte el enfoque en resultados al que nos impulsa la cultura actual que a menudo olvidamos la importancia de la travesía. El logro, el momento de llegar a la cima, es efímero, momentáneo y, cuando te acostumbras a llegar a distintas cimas, acabas por comprender que ese es solamente el punto para continuar y descender. No hay mucho más allí.

Lo que nos nutre, nos enseña, nos permite conocernos y crecer, lo que constituye en realidad nuestra vida, son las travesías. La importancia radica en el compartir, en el enriquecimiento del grupo, en lo entretenido de la lucha, en el esfuerzo que luego hace más sabroso el logro. Así que bien vale detenerse por momentos, disfrutar del paisaje y cuidar de los que van contigo. Es necesario descansar para reorientarse y observar el trayecto. Tantas veces vivimos la travesía como una agonía, como un desgaste constante, desesperados por llegar. Tal vez, porque estamos llenos de dudas de si alcanzaremos la cumbre o no. Pero un caminante aprende que el mayor secreto del éxito es simplemente continuar. Así que disfruta aún cuando las cosas no resultan como esperabas, porque es en esos desafíos donde radican las mejores anécdotas de las travesías. Y son en esas vicisitudes donde te conquistas cada vez, un poco más a ti mismo.